Recuerdo mi niñez, solía amar la navidad, los disfraces para las novenas, la comida en casa de las y los vecinos y más importante, los regalos que daban a las y los hijos de los colaboradores de la oficina donde mi mamá trabajaba.  Éramos una familia de cuatro personas, mi mamá apoyaba los servicios generales y mi papá era mensajero, mi hermano de 5 años y yo de 8, vivíamos en un lugar muy sencillo. 

Esa navidad recuerdo estar especialmente emocionada por los regalos. Intentaba adivinar cual sería mi regalo, no esperaba muñecas ni cocinas porque ya tenía 8 años, esperaba ropa, maquillaje para niñas o accesorios, porque eso era lo que las niñas debían pedir a esa edad, o al menos eso me decía mi mamá y era lo que veía en televisión.  Lo extraño es que hoy, con 35 años decidí buscar en Google “regalos para niñas de 8 años” y encontré que nada ha cambiado, están las mismas sugerencias que cuando tenía 8.

 

 

Al fin llego el día y nos entregaron nuestros regalos, recuerdo lo que sentí al ver el mío, una máquina de coser, ¡que cose de verdad! dijo mi mamá.  Mi emoción terminó cuando vi el regalo de mi hermano, él recibió un robot que caminaba, hablaba, disparaba y daba vueltas de 180° de la cintura para arriba.  No fue envidia lo que sentí, ni rabia, hoy lo describiría como desconcierto, pero en ese momento no lo entendía. 

El año siguiente, mi hermano recibió un carro de carreras con control remoto y yo un cinturón y un bolso, confieso que esa vez si sentí envidia, me preguntaba si realmente las personas pensaban en la niña o niño para la que compraban el regalo, yo era una niña pero jugaba solo con niños y juegos que, no sé por qué, estaba mal visto que las niñas realizaran, de hecho mi mamá solía pedirme que regresara a la casa a ayudarla con los quehaceres porque el fútbol, la lleva, las carreras y el bailar el trompo eran cosas de niños. 

Hoy por hoy entiendo muchas cosas, entiendo que socialmente existen construcciones que imponen unas características a lo femenino y a lo masculino, a lo que niñas y niños pueden o no hacer, pueden o no jugar y pueden o no soñar.  En la reproducción de estos estereotipos la publicidad tiene un gran papel, los discursos publicitarios son herramientas que crean, replican y posicionan estereotipos de género, condicionando las decisiones de nuestra niñez y perpetuando imaginarios que hoy sabemos, limitan la libertad de pensar, soñar y vivir. 

Por ejemplo, si una niña quiere ser boxeadora y pide unos guantes y una pera de regalo, puede ser coartada por sus padres y familiares con argumentos como “eso no es para niñas”, “se va a volver marimacha o peor, lesbiana”; o si un niño quiere una muñeca o una cocina, los comentarios estarían en esa misma línea, “eso es para niñas”, “¿será que el niño juega para el otro equipo?”.  Como ven, esos comentarios marcan y refuerzan los roles asignados por esta sociedad heteropatriarcal, en donde la libertad de ser y hacer de cada persona va hasta donde la sociedad se lo permita. 

Para el caso de las niñas, a las que les pintan la mayoría de los artículos de rosado, como si este color representase per se lo femenino, les sugieren regalos con representaciones de princesas, enfermeras, doctoras y bebés, junto con toda la indumentaria que los acompaña, reafirmando el rol que tienen esas figuras en el cuidado y en la referencia del canon de belleza. En cuanto a los regalos para los niños, en estos, se usa el azul desde las cajas hasta los estantes donde ubican los artículos, asociando de manera absurda una vez más, colores arbitrariamente, para representar en este caso, lo masculino.  Ellos prefieren juguetes de superhéroes y herramientas ligadas a profesiones como la construcción, la seguridad y protección y armas como pistolas y espadas que representan en buena parte poder y violencia. 

Esto pone sobre la mesa la discusión que Gema Otero, experta en género, coeducadora y escritora de cuentos infantiles explica: “Nuestro sistema social y cultural es patriarcal, por lo tanto, todo lo que nos rodea está atravesado por una visión global masculina que menosprecia e invisibiliza a mujeres y niñas”.  Esta afirmación permite concluir que, desde la niñez, hombres y mujeres, a través de lo que parecen “juegos inocentes”, ven coartada su libertad de jugar y experimentar con cualquier juguete, porque ya la sociedad les dice con qué jugar y con qué no, limitando con ello el aprendizaje cognitivo, emocional y relacional, que es fundamental para el desarrollo de las personas. 

A este respecto, la profesora Karen Hutchinson de la Universidad de Rowan señala que “el juego es la manera en la que los niños y las niñas se preparan para los papeles que tomarán como adultos y para la sociedad en general”.  En este sentido, al revisar los indicadores laborales no solo en Bogotá sino en casi todas las ciudades en el mundo, es evidente la división sexual del trabajo, que determina de manera diferencial la remuneración, la calidad de los empleos y la posibilidad de ascenso, y con ello, la posibilidad de satisfacer las necesidades básicas y de ocio de las mujeres. 

Como se vislumbró en el boletín MujerEs en cifras número 20 “La calidad de empleo en Bogotá. Realidades comparadas de las mujeres”, al analizar las personas ocupadas por sector económico, se encontró que las mujeres se desempeñaron principalmente en sectores que ratifican su rol de cuidado del hogar y de personas, en ese sentido fueron en proporción, más las mujeres en las actividades del hogar, Servicios Sociales y de salud y educación, en tanto que los hombres se desempeñaron más en los sectores de transporte y construcción. 

Otro dato que llama es que para 2018 según la Gran Encuesta Integrada de Hogares mostró que mientras el 7.2% de las ocupadas se desempeñaban como empleadas domésticas, solo el 0,3% de ellos tenían esta posición ocupacional.  Además, mientras las mujeres empleadas doméstica ganaban en promedio $758.212 en Bogotá, un hombre empleado doméstico ganó $847.081.  Este dato evidencia la carga mayoritaria del trabajo doméstico y de cuidado en las mujeres, impactando negativamente la realización de actividades deportivas, de ocio y diversión para ellas, dado que probablemente al llegar a sus casas, estas empleadas domésticas deben asumir el trabajo doméstico no remunerado de sus propios hogares.

Pero las consecuencias de esta práctica sistemática de la sociedad heteronormativa y patriarcal, afecta además a las niñas y niños en materia de violencias, dado que si alguna de las niñas se sale del molde y no quiere ser princesa sino superheroína, es juzgada y violentada por sus compañeros, esta violencia también puede ser recibida de parte de un familiar, porque por ejemplo, un niño que quiera jugar con una muñeca o una cocina, recibe comentarios negativos en el mejor de los casos como manifesté anteriormente. 

Por lo anterior, la invitación es para que esta navidad regalemos igualdad y denunciemos injusticias, además, a que nuestras familias, sean coequiperas en el proceso de educación de niñas y niños, que acordemos estrategias ante el bombardeo masivo de imágenes que perpetúan el sexismo y la violencia machista, y busquemos contenidos que ayuden a cambiar la mirada.  Algunas acciones que podemos emprender, son regalar juegos no estereotipados por sexos, fomentar los ideales de cooperación y sororidad en las niñas, así como su participación activa en los espacios públicos, garantizando su seguridad y la libertad para que ellas y ellos sean quienes quieran ser, jueguen a lo que quieran jugar, sueñen con universos que no tengan los límites del rosa/azul y construyan su identidad desde el despliegue de todas las dimensiones del ser humano sin importar su sexo. 

 

https://www.nodo50.org/xarxafeministapv/?+La-publicidad-sexista-la-Navidad-y+ 

http://adresearch.esic.edu/files/2018/07/aDR18_05_roles_estereotip.pdf 

https://reunir.unir.net/bitstream/handle/123456789/1830/2013_05_27_TFM_ESTUDIO_DEL_TRABAJO.pdf?sequence=1